
Salidas en colectivo, ¿de qué colectivo hablamos?
Autoría: Mercedes Núñez Cuétara
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Hace unos días tuve la oportunidad de participar, junto con varias y varios colegas del ámbito universitario, en un seminario de reflexión acerca de las juventudes, del contexto histórico en el que se encuentran y de los retos que enfrentan en la actualidad. Hacia el final del evento, dos preguntas se hicieron presente: ¿hay esperanza y salida para las juventudes?, y si las hay, ¿en dónde están? La ponente que facilitó el encuentro nos compartía que hay esperanza, que la debemos construir y que, aunque el camino no es claro, las salidas construidas tienen que ser en colectivo.
Estoy absolutamente de acuerdo que las salidas deben ser en colectivo ya que el individualismo, bajo mi perspectiva, ha generado un fuerte aislamiento y ensimismamiento en las personas que imposibilita que las estructuras actuales sean cuestionadas y esto dificulta la transformación social. El individualismo es una forma de control social que ha contribuido a que las estructuras se perpetúen imposibilitando el cambio social. Bajo esta realidad, me sumo a las filas de quienes piensan que las salidas, no solo la de las juventudes sino las de cualquier situación social, son posibles a través de lo colectivo.
Sin embargo, la respuesta de la ponente me hizo retomar antiguas reflexiones de mis clases de psicología comunitaria, cuando hablamos de colectivo o comunidad ¿qué entendemos?, ¿de qué colectivo o comunidad hablamos? ¿qué características debe tener esa comunidad para generar un cambio? ¿de qué cambio estamos hablando? Hay una fuerte tendencia a romantizar el poder del colectivo y de las comunidades, sin embargo, no todo el esfuerzo colectivo ha generado cambios y propuestas en pro de la dignidad o de la vida e incluso hay muchos esfuerzos colectivos que han generado muerte y destrucción. Por tanto, no solo hay que pensar en salidas colectivas sino qué tipo de colectivos o comunidades hay que crear o impulsar para generar cambios y transformaciones dignas, humanas y sostenibles.
En este punto es donde empiezan los dilemas y choques entre diferentes perspectivas, precisamente de diferentes colectivos, sobre lo que se considera pertinente o digno. No hay que olvidar que todo colectivo o toda comunidad tiene un origen, un presente y un horizonte. Eso es lo que le define y lo que orientará sus acciones presentes y futuras. Me parece que el debate y la reflexión debe estar enfocarse en analizar el tipo de cimiento, presente y horizonte que debe tener ese colectivo para generar salidas de transformación social digna cómo mínimo una salida que ponga al centro la vida.
Mi reflexión parece obvia y seguramente ninguna persona que lea este artículo este en contra de la propuesta de poner la vida al centro. Sin embargo, la realidad es otra porque los cimientos, el presente y el horizonte de muchas personas en lo individual y de muchos grupos en lo colectivo generan diariamente destrucción y muerte. Pareciera como si hubiera vidas que valen más que otras, si son de mi colectivo, si piensan como yo, si tienen un mismo esquema de valores entonces son vidas dignas; si son lo contrario a mí y a al colectivo que me representa entonces son vidas dispensables o incluso de las que puedo aprovecharme. Así pueden funcionar también la lógica del colectivo, de ahí mi advertencia de no romantizarlos y de ahí también la invitación de poner la vida, cualquier vida al centro antes incluso que el valor de lo colectivo.
Por tanto, pongo mi esperanza en la creación de colectivos que apuesten por la vida, toda vida al centro y ante cualquier otro horizonte. Colectivos que alcen la voz frente a las injusticias, el despojo y la violencia. Colectivos que sumen su fuerza y su causa a otros grupos, que, como ellos, buscan un mundo más digno y justo para todas y todos. Hay que voltear a ver esas propuestas colectivas que hoy en día existen aún en medio de tanto discurso de odio y violencia.