El reto de las instituciones educativas
Autoría: Alejandra Alpuche Vélez
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Las instituciones educativas de cualquier nivel son espacios que, aunque sean distintos, de alguna manera replican las complejidades del mundo real. Esta afirmación no es nueva, ya lo decía Louis Althusser señalando a la escuela y al sistema educativo como un aparato ideológico del estado, es decir, como una organización que reproduce (aunque silenciosamente) las relaciones de producción y explotación dominantes.
Algunos ejemplos de ello podrían ser los recientes cambios en los planes y programas educativos con la Nueva Escuela Mexicana, que si bien presentan una postura en contra de un modelo capitalista y neoliberal, ésta es acorde al modelo político dominante en el país; otro ejemplo tiene que ver con las diferencias entre instituciones públicas y privadas, que en su mayoría corresponden a estudiantes provenientes de familias con menores o mayores recursos económicos, reproduciendo de alguna manera la brecha entre ricos y pobres; asimismo cuando en el contexto se vive y respira un ambiente de violencia, éste también permea la dinámica escolar a través de conductas disruptivas desde acoso escolar, venta y consumo de sustancias, violencia de género, agresiones físicas por parte de estudiantes y familias hacia pares y personal del plantel, hasta portación y (lamentablemente) uso de armas.
La ruptura del tejido social y la descomposición que ésta acarrea no es ajena ni se queda afuera de las paredes de la escuela, desde lo más sencillo como: si en la casa/calle no se tira la basura en los espacios designados ¿por qué un estudiante tendría cuidado en hacerlo en la escuela?; o hasta lo más complejo como si en la casa/calle los conflictos se resuelven con violencia, ¿por qué un estudiante lo haría de manera pacífica en la escuela?
Quizá la respuesta automática a esas dos últimas preguntas de la mayoría de las personas (sobre todo las que no trabajan en una institución educativa), sería simplemente ¡porque es la escuela!, porque ahí niños, niñas, adolescentes y jóvenes van a formarse y ¡es responsabilidad de la escuela!
¡Menudo reto el que tiene las instituciones educativas!, y es que es curioso como existe la creencia generalizada de que la educación, por sí sola, cambia el mundo, inclusive en algunos casos, ni siquiera es una creencia, sino es la exigencia de que es responsabilidad de las escuelas arreglar todo lo que está mal.
Prueba de ello es cuando algún o alguna estudiante es señalado o señalada por cometer una falta que cae en la esfera de lo legalmente inaceptable, la opinión pública y los medios formales de comunicación señalan en sus titulares “Alumno de la escuela X cometió….”, y muchos de los comentarios y juicios se vuelven hacia la institución: ¿qué tipo de formación se promueve ahí? ¿cómo es posible que la escuela no haga nada al respecto? ¿por qué la institución no resolvió el asunto?…
Entonces ¿hasta dónde es la responsabilidad de las escuelas?, ¿cuál sería la responsabilidad de las familias, la sociedad, la iglesia o los medios de comunicación? Las palabras clave ante estas y otras preguntas es lo mencionado anteriormente: “por sí sola”.
Si bien la educación, y por lo tanto las instituciones, son responsables de la formación integral y armónica de todas las facultades del ser humano, como señala el tercero constitucional, no son las únicas, sino que comparten de una u otra manera esa responsabilidad con el resto de los actores sociales.
Así el principal reto, no solo tiene que ver con la parte didáctico-pedagógica, sino en realmente consolidarse como espacios que fomenten un modo de proceder distinto; que contribuyan a generar movilidad social; que sean sitios seguros para las y los estudiantes; que promuevan el pensamiento crítico y creativo; y que mantengan un diálogo continuo con el entorno para no solo reproducir la ideología, sino para que las y los estudiantes tengan las herramientas suficientes para en conjunto, enfrentar y transformar la realidad.