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Psicoterapia pareja
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¿Sálvese quien pueda? Carta abierta a mis colegas psicoterapeutas

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La psicoterapia busca ser un espacio de acompañamiento donde se cuestiona y se comprende en relación con lo familiar, comunitario y cultural.

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Sabemos que la salud mental va más allá de la ausencia de enfermedad, y que ejercer psicoterapia no debería centrarse en reducir la sintomatología de la persona consultante a un diagnóstico, a una patología o a anestesiar un dolor o una experiencia del que se quiere huir. Por el contrario, la psicoterapia busca ser un espacio de acompañamiento donde la experiencia humana– cargada de complejidad y de posibilidades- se cuestiona y se comprende en relación con lo familiar, comunitario y cultural.

Este cuestionamiento se extiende no solo hacia lo que hacemos, sino hacia quiénes acompañamos y de qué realidades nos estamos haciendo cargo. Pues, en un contexto de desigualdades económicas donde pocas personas pueden pagar una sesión psicoterapéutica, podemos preguntarnos: ¿qué otras voces requieren que salgamos del consultorio?, ¿cómo acompañar a quienes el Estado ha olvidado?

Como psicoterapeutas, considero que la realidad nos está invitando a seguir cuestionando nuestras propias percepciones, a abrirnos a nuevas formas de relacionar problemáticas y a estar dispuestos/as a tocar nuestras propias creencias y limitaciones. La realidad no es fija; es dinámica, en tanto la construimos con los demás.

El desafío del adoctrinamiento
Me gustaría recordar el valor que tiene la psicoterapia cuando pone en el centro la experiencia humana, tanto la individual como la compartida. Una psicoterapia que busca acompañar a otra persona en su proceso y que ofrece un espacio de reflexión y cuestionamiento, donde lo personal y lo colectivo están en movimiento: en lo que decimos, en lo que sentimos y en las posibilidades de cambios sistémicos que puedan trascender hacia realidades más amplias que dignifiquen no solo a las y los consultantes, sino también nuestras propias vidas.

El trabajo terapéutico requiere, más que técnica, apertura de consciencia. Es una invitación a liberarnos de la rigidez de nuestras creencias y a abrazar nuevas formas de sentir, de ser y de relacionarnos. Debe ser un espacio para poner en el centro la existencia de la persona consultante. Y eso exige pensar más allá de los enfoques teóricos. Tal vez se trata menos de qué modelo usamos y más ¿desde dónde nos posicionamos frente al dolor?

Valor de la psicoterapia
En un mundo cada vez más individualista que nos invita a estar desconectados, incluso en la presencialidad, apostar por la apertura de conciencia, por la conexión con una misma/o, con la persona consultante, con sus vínculos a través de lo que dice y de sus comunidades afectivas, nos recuerda el carácter profundamente humano de nuestra profesión.

Una psicoterapia orientada hacia la ética del cuidado que implica posicionarse críticamente ante el poder, y tener visión más social, estructural contextual de lo que una persona puede estar viviendo. Para ello, pienso que debemos acercarnos a espacios más multidisciplinarios, para seguir nutriendo una mirada más abierta, más flexible que nos invite a dialogar y a aprender de derechos humanos, de estudios de género, de la ética y otros saberes.

Sentir como acto subversivo en la práctica terapéutica
En un mundo que privilegia la productividad y la autosuficiencia, he aprendido que sentir es un acto subversivo. Sentir implicadejarse tocar por lo que sucede en el espacio psicoterapéutico: involucrarse, mirar al otro y reconocer su mirada. Personas que me han acompañado en mi formación, me han enseñado a abrir más los ojos, a conectar con mayor disposición y a abrazar la vulnerabilidad, pero también la fuerza de quien soy como psicoterapeuta con las y los otros.

El mundo necesita que realicemos terapias más contextuales, sostener silencios, acompañar procesos y trascender la realidad individual para abrazar las múltiples realidades que compartimos. Como alguien me dijo “más tiempo para acompañar el tiempo que se necesario”.

Ojalá que, como personas y psicoterapeutas, podamos cuestionarnos como los paradigmas y narrativas que nos empujan únicamente a la individualidad y a creer que “cada quien se salva sola/o”-. Y que podamos construir una psicoterapia orientada hacia la justicia social, capaz de contrarrestar el deseo del silenciamiento de los dolores y los impactos psicosociales de las violencias.

Sentir, pensar y acompañar no son acciones separadas, sino forman parte de un mismo quehacer terapéutico. Desde ahí que podemos hacer del encuentro psicoterapéutico un lugar posible, más vivible, donde abramos en conjunto nuevas posibilidades de ver y de sentir el mundo con otras/os con mas compasión.

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Material gráfico
Misael Chirino Durán
Fotografía
Ramón Tecólt González

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