
Ciencia del engaño: no beberse cualquier cuento
Autoría: Amira Reyna Madrigal
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La primera imagen que viene a tu mente cuando escuchas la palabra ciencia es probablemente un laboratorio lleno de materiales de vidrio, fórmulas y batas blancas. Y aunque no es imperativo que tengamos que saber la diferencia entre espectroscopia y espectrometría, sí debería de haber un mínimo de conocimiento científico que podría protegernos de caer en promesas atractivas y absurdas.
Recuerdo la vez que caminaba en la alameda central de la Ciudad de México, un merolico con voz en cuello y con un juego de palabras envolvente ofrecía una botella con un vistoso líquido color rosa y una etiqueta con grandes letras “Elixir de la salud”, en ella ─según él─ se encontraban los 108 elementos de la tabla periódica (los conocidos hasta ese momento). ¡Todos! Desde el hidrógeno hasta el hasio.
La multitud escuchaba fascinada. Pero para cualquier persona con las nociones básicas de química, la afirmación no solo era falsa, sino peligrosamente absurda. Varios elementos de la tabla periódica son gases, o son altamente tóxicos, radiactivos o simplemente no existen en condiciones estables en la naturaleza.
¿Realmente queremos ingerir una cucharada con un toque de plutonio (radiactivo) y mercurio (neurotóxico) como suplementos para seguir siendo más saludables?
Otra joya de la charlatanería, un individuo quien clamaba tener especialidad en estudios de mecánica cuántica en el Parque México de la Colonia Hipódromo la Condesa, vendía agua embotellada ─ en un stand muy bien arreglado con carpa y toda la parafernalia que conlleva a una excelente promoción de un producto que quiere entrar al mercado ─, pero a diferencia de otras esta era “energizada” al pasar agua simple a través de un portagarrafón “inteligente” con pegatinas externas y unos cables estratégicamente colocados que ─según él─ reordenaba el ángulo de la molécula del agua para mejorar su absorción celular.
La afirmación sostenía que el ángulo de 104.5° pasaba a 106° haciendo que nuestras células tuvieran un mejor reconocimiento del agua y por lo tanto nos sintiéramos con mayor energía. La prueba, en vasitos de muestra como los que nos dan en los super mercados; los asistentes expectantes, asintiendo sin noción respecto al “ángulo del agua” pero fascinados por ese acento extranjero, confiando en la especialización lo hacía “experto” en el tema y la firmeza con la que transmitía su mensaje.
Nuevamente, una afirmación vacía para quien reconoce el análisis molecular del agua ─ el ángulo de 104.5° formado entre los enlaces H-O-H se debe a la distribución de los pares electrónicos libres alrededor del átomo del oxígeno. Cambiar ese ángulo implicaría alterar por completo la estructura electrónica de la molécula, lo que en definitivo no podría lograrse únicamente al pasar por un dispositivo de fabricación casera (y en ningún otro) ─.
Es inherente saber que ese ángulo es justamente lo que le otorga al agua sus propiedades únicas: polaridad, alta tensión superficial y la capacidad de formar enlaces de hidrógeno. En términos cinéticos moleculares le confiere las propiedades que nos permiten tomar a la molécula del agua como ejemplo para reconocer los estados principales de la materia: sólida, líquida y gaseosa. Tratar de “modificar” el agua sería destruir las propiedades que hacen de ella el líquido esencial para la vida en el planeta Tierra.
Por esto es urgente fortalecer la cultura científica. No basta con enseñar solo datos, hay que desarrollar el pensamiento crítico, la habilidad para cuestionar lo que parece “demasiado bueno para ser verdad”, la capacidad de distinguir entre lenguaje técnico, detectar inconsistencias, reconocer la palabrería disfrazada de ciencia. Como docentes es necesario ir más allá del currículo: hacer énfasis en la formulación de preguntas, promover la duda razonada, no solo la mecanización o memorización de conceptos.
Necesitamos generar espacios en nuestras aulas donde se discutan casos reales de pseudociencia ─ como el uso de productos milagro, mensajes virales sin fundamento o innovaciones pseudocientíficas para el mejoramiento del bienestar corporal ─.
Al incorporar el análisis de situaciones cotidianas, conectamos la ciencia con la vida diaria de nuestras y nuestros estudiantes ¡Empezando en visualizar en que somos un laboratorio ambulante! Es fundamental enseñar a leer críticamente una fuente y usar el método científico como una forma de pensamiento, no únicamente como protocolo de una actividad experimental en el laboratorio.
La cultura científica es fundamental como defensa ante un mundo saturado de desinformación. Nos permite exigir evidencia, contextualizar, identificar falacias y comprender lo básico sobre la corporalidad, el entorno y la materia. La finalidad no es desconfiar de todo, sino de confiar con criterio.