
Humanidades selectivas: mitos y criterios de la condición humana
Autoría: Mauricio Islas Campos
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¿Qué nos hace humanos?, ¿el simple hecho de pertenecer a la misma especie es lo que podemos identificar como la prueba de ser humano? De ser así, ¿de dónde surgen los criterios para que ciertas individualidades sean tratadas de mejor o peor manera?
El transcurso de la historia encuentra particulares circunstancias en cuanto a cómo se ha gestionado el concepto de lo humano: desde concebir al alma como aquello que nos dota de humanidad, hasta la noción de que algunas personas deben pensarse como propiedades ―como en la esclavitud o en las subjetividades que cosifican los cuerpos―.
Del mismo modo, debemos reconocer la existencia de acontecimientos imbuidos en patrones de aquello que solemos concebir como ‘lo inhumano’: guerras, genocidios, crímenes de guerra y más prácticas ampliamente reprobables; pero, si todas estas situaciones son provocadas por humanos, ¿de dónde sacamos que son inhumanas?
Lo inhumano siempre ha sido una expresión de la humanidad, un referente de la conducta indeseable que, sin embargo, se practica a expensas de estéticas indiferentes: el ser que se hace de la vista gorda ante el agravio, que ensordece ante la calumnia y enmudece ante la masacre.
Otra vertiente de lo inhumano surge de su categorización: ¿todos éramos humanos hace poco más de tres siglos?, ¿todos somos igualmente humanos?, ¿un presidente es igualmente humano que un individuo atravesado por la precariedad?
Por citar algunos ejemplos, 1789 (Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano), 1948 (Declaración Universal de Derechos Humanos) y 1979 (Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer) son años que entendemos como logros para la concepción de lo humano en materia legal, ese ámbito que pretende regir lo correcto: la verdad.
No obstante, ¿podemos decir que la totalidad y la cotidianidad humana a nivel global gozan de humanidad inalienable? Si nuestra respuesta es negativa, tal vez sea necesario pensar por qué la humanidad se escapa de nosotros, qué es lo que verdaderamente nos hace humanos ante los ojos del mundo.
Una forma histórica que ha servido predominantemente como criterio para la concepción de la humanidad es el uso de la razón. Filósofos clásicos como Platón y Aristóteles, así como filósofos modernos como Kant y Hegel, encuentran en la razón el fundamento para hablar de humanidad, y, en consecuencia, una obligación al respeto.
Pero, ¿qué nos hace creer que somos los únicos con capacidad de reflexionar, de pensar, de sentir?, ¿qué nos da derecho sobre otras vidas? Ya Kant decía que nuestro entendimiento tiene límites: pues tal vez nuestra soberbia nos enceguece, no nos deja entender que no somos capaces de entender a los animales, a las plantas, o no sé, ¿siquiera nos entendemos a nosotros mismos?
Los criterios para concebir a un ente como digno de respeto o protección con pretensiones de generalidad ―derechos― son cada vez más extensos, las generaciones de derechos se sofistican día con día, el problema recae en el vacío existente entre el deber ser del derecho y lo que realmente ocurre con el derecho.
Normalmente, podemos atribuir muchas de las deficiencias a las instituciones, así como la vigilancia de los instrumentos de sanción y acompañamiento. A pesar de ello, no podemos negar que la noción de humanidad pierde toda credibilidad en un mundo que ignora la persecución que hace el gobierno birmano a la población rohinyá; que fomenta la privatización de bienes comunes primordiales para la subsistencia de poblaciones sistemáticamente vulneradas; o que vive con una tremenda indolencia la situación en la Franja de Gaza.
Con el perdón de cualquiera que pueda sentirse ofendido, pero no me atrevo a concebir la real existencia de Derechos Humanos en un mundo que solapa y promueve el genocidio; no puedo creer que la utopía nos haga ‘caminar hacia adelante’ en un mundo en el que vale más el papel moneda que una vida humana.
La humanidad tiene un largo camino que recorrer, pero, tristemente, parece que la comodidad del privilegio está venciendo fácilmente a la solidaridad ‘humanitaria’.