Reivindicar la labor docente
Autoría: Mauricio Islas Campos
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La docencia es una práctica sumamente castigada por el contexto en el que vivimos, uno donde se privilegia la producción material, la acumulación de capital y el intercambio de criterios sobre lo que es útil y lo que no. Parecería que la formación o, mejor dicho, el acompañamiento a los futuros ciudadanos y profesionistas ha perdido importancia en un mundo que simplemente vive para acumular y consumir.
El crecimiento humano que podría suponer el acompañamiento docente está perdiendo la batalla frente al crecimiento crematístico que reproduce la subjetividad capital-neoliberal. En torno a estas condiciones es que gira una interrogante coyuntural: ¿tiene la docencia alguna posibilidad de priorizar el crecimiento humano en un mundo que privilegia y reproduce las subjetividades de la acumulación?
Ante dicha pregunta se asoman algunas inquietudes: ¿qué características debe tener un docente para atender y acompañar efectivamente a estudiantes cuyo contexto es volátil y atravesado por la subjetividad capitalista?; ¿qué lugar se le da al crecimiento humano dentro de los perfiles de egreso en las instituciones educativas?; ¿qué relación debe existir entre el docente y los estudiantes para que el acompañamiento logre enriquecer personal y académicamente a los estudiantes?; ¿hasta qué punto la vocación es algo imperativo en los procesos educativos?
Podríamos atestar este breve texto con preguntas subsecuentes, pero la intención es encontrar algún resquicio de esperanza a través del cual podamos atisbar una mejora sustantiva en el ejercicio docente, así como una revalorización de los desafíos con los que convivimos cada día en el aula: la labor docente no es una que deba tomarse con tanta ligereza, sino una en la recae gran parte de la responsabilidad del futuro, un futuro cuyo presente se encuentra herido, rencoroso, desorientado.
Un docente debe ser lo suficientemente prudente ―incluso, me atrevería a decir, virtuoso― para atender un presente herido y, al mismo tiempo, para educar académica, humana y profesionalmente a los estudiantes. Pero, ahora preguntaría: ¿existen en México las condiciones estructurales para que la mayoría de los docentes tengan esas características?, ¿qué tanto se ha ignorado la relevancia que tiene el docente en el acompañamiento a personas en formación?, ¿en qué medida el mercado laboral ha desprestigiado, vulnerado y empobrecido las responsabilidades docentes?
Históricamente, la educación ha sido considerada como un instrumento ideológico, uno en donde se reproducen las predisposiciones e intereses de quienes gobiernan, pero hoy en día, parecería que la educación ya no le es tan necesaria al Estado porque el mismo aparataje de la opinión pública global está guiando las subjetividades hacia un mundo de la autoeducación, de la saturación informativa y el fácil acceso al conocimiento concebido como cierto, como ciencia, como verdad.
Este fenómeno podría representar una de las principales causas por las que la educación empieza a verse como innecesaria, puesto que los individuos se educan ahora a través de influencers, Instagram, YouTube, etc. El problema es que estas nuevas formaciones no están sustentadas en el contacto humano o la atención personalizada, sino en lo que se reproduce como saberes prácticos, accesibles e instantáneos.
El acompañamiento que hace un docente tiene que reivindicarse, no es una labor que deba dejarse en manos de las élites para reproducir lo que el Estado requiere de los ciudadanos, o en manos de una intersubjetividad que promueve irreflexivamente los valores capitalistas y neoliberales. La educación es la herramienta que debe potencializar las capacidades críticas de los ciudadanos, las fortalezas humanas de los individuos y el conocimiento académico pertinente para servir al contexto próximo de manera empática, sensible y responsable.