Moverse dignamente en Puebla sí es posible: historias de movilidad con justicia
Autoría: Jerónimo Chavarría Hernández
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Moverse por Puebla sigue siendo, para muchas personas, un privilegio y no un derecho. Las banquetas rotas, los paraderos improvisados, las ciclovías interrumpidas y un transporte público con más horas de espera que garantías de seguridad nos recuerdan todos los días que la ciudad no fue diseñada para todas y todos.
Y si eso no fuera suficiente, cada temporada de lluvias lo confirma: vialidades convertidas en ríos, autos atrapados, negocios afectados y familias que pierden lo poco que tienen. Las inundaciones en Puebla no son accidentes ni eventos aislados: son el resultado directo de una ciudad que sigue privilegiando el concreto sobre la naturaleza, el auto sobre el peatón, y la ganancia inmediata sobre la resiliencia urbana. La falta de infraestructura verde, la canalización deficiente del agua y el crecimiento desordenado nos están costando caro.
Pero ¿y si te dijera que hay ciudades que sí han logrado transformar su sistema de movilidad y enfrentar estos retos de forma justa y creativa?
Miremos Bogotá, donde hace dos décadas se apostó por una red de transporte público eficiente (TransMilenio), ciclorrutas conectadas y calles pensadas para peatones. No fue perfecto, pero mostró algo clave: con decisión política, los autos dejan de ser reyes, y la ciudad se vuelve más habitable.
En Oaxaca de Juárez, se implementaron mejoras en el transporte público con enfoque de accesibilidad universal: paraderos con sombra, información clara, formación a choferes y apertura a la participación ciudadana. No costó millones, pero sí implicó escuchar y planear distinto.
Incluso en Ciudad de México, el programa “Mi bici” transformó el imaginario de la bicicleta. En zonas como Polanco o la Roma, el porcentaje de viajes en bici aumentó más de 200 por ciento en menos de cinco años, combinando infraestructura, cultura vial y seguridad. Hoy ya no se discute si la bici es viable: se discute cómo ampliarla.
¿Y Puebla? Aquí también hay iniciativas emergentes. Los colectivos ciclistas —como Cadena Urbana o Masa Crítica— llevan años visibilizando que la bici no es un capricho, sino un medio de transporte eficiente, accesible y sostenible. A nivel universitario, proyectos como Ibero Bici han demostrado que con voluntad institucional se puede generar una cultura distinta de movilidad: préstamos de bicicletas, ciclopuertos y actividades que fomentan seguridad vial y conciencia climática. Son ejemplos pequeños, sí, pero muestran que el cambio es posible si se escala.
El reto es que estas iniciativas dejen de ser islas y se conviertan en política pública integral. Porque moverse dignamente no debería ser un lujo: es un derecho que transforma vidas, conecta oportunidades y hace ciudad. Copiar lo que funciona, adaptar lo que ya existe y construir con quienes lo viven: esa es la ruta para que Puebla también se mueva… pero con justicia.