La perfección al alcance de un prompt: Inteligencia Artificial y estereotipos
Autoría: Tamara Blanca Castillo
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Habitamos un tiempo en el que los cuerpos y las identidades se transforman de manera continua. Más allá de su existencia en el espacio físico, hoy se expanden a lo tecnológico. Las redes sociales, antes de ser espacios de interacción, se han convertido en vitrinas donde las personas exponen versiones editadas de sí mismas. Lo que antes era un filtro de belleza ahora es una reconstrucción total: piel, ojos, nariz, cintura y glúteos, esto evidencia los sistemas de inteligencia artificial a los que estamos sujetos y como estos reproducen los cánones de belleza mediante procesos algorítmicos y mediaciones digitales.
Detrás de la aparente objetividad de los algoritmos esconden un complejo sistema de decisiones humanas con miradas patriarcales, sesgos culturales y jerarquías de poder. Lo inquietante no es solo la tecnología, sino lo que revela de nosotros: una obsesión enfermiza por la belleza y la validación. En plena era digital, la inteligencia artificial no solo rompió los moldes estéticos, los perfeccionó aun alcance de un prompt.
Los estereotipos de género que el feminismo había intentado desmontar, vuelven maquillados de modernidad, filtrados y programados para seducirnos con la idea de la perfección. Así, los rostros se afinan, las pieles se aclaran y los cuerpos se ajustan al canon de belleza. La IA no nos libera de la mirada patriarcal, la fortalece.
En las redes podemos observar cómo los usuarios alteran su imagen, presentando sus mejores fotografías, que fortalecen el ideal femenino y masculino del mercado, incluyendo fondos montados por la misma IA, que se pueda hacer notar el estatus social; hombres con autos, último modelo de fondo.
La IA no crea nuevas bellezas: reproduce las mismas ficciones visuales que por décadas nos enseñaron a desear desde un sistema patriarcal y capitalista.
El problema no está solo en la herramienta, sino en el modelo que la alimenta. Los algoritmos aprenden de bancos de imágenes, de millones de rostros etiquetados, seleccionados y jerarquizados según lógicas de consumo y poder. Lo que la IA nos presenta no es una versión neutra de la persona, sino un reflejo distorsionado por los valores de la cultura dominante, nutriendo patrones históricos de discriminación estética y racial, donde se privilegia la blanquitud y la delgadez como norma de belleza y de validación social.
En este sentido, cada “imagen mejorada” se convierte en una evidencia del sesgo colectivo, lo más preocupante la disociación del yo físico; generando rechazo, dismorfia, gordofobia, discriminación hacia lo real. Este desajuste y nueva forma de alienación corporal surge como una nueva violencia simbólica, esa que Bourdieu describía como invisible y cotidiana, hoy se traduce en violencia digital, que es nutrida por los algoritmos.
No se trata de rechazar a la tecnología, sino de cuestionar la forma en la que la usamos, nos reconocemos y nos comportamos de lo individual hacia lo colectivo. El cuerpo es nuestro primer territorio político, ¿qué está pasando cuando lo modificamos de manera virtual?; en este sentido la inteligencia artificial no nos libera del estereotipo, si no lo refuerza bajo la ilusión óptica.
El reto no es dejar de usar inteligencia artificial, sino reprogramarla desde la conciencia crítica. Hackear el ideal patriarcal, desobedecer al filtro, mostrar lo real. Solo así podremos evitar que la promesa de innovación se convierta en una nueva jaula digital donde los cuerpos, (especialmente los femeninos), sigan siendo campo de control y mercancía.