
Generación Z: mi terapeuta es ChatGPT
Autoría: Cintia Fernández Vázquez
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ste semestre impartí el primer curso presencial en nivel licenciatura desde que inició la pandemia. Mi experiencia fue muy satisfactoria, pero a la vez impactante pues no había facilitado un proceso formativo con jóvenes en esta modalidad en tiempos de la Inteligencia Artificial.
En los cursos para profesores que he estado impartiendo en estos últimos años, he notado por parte de la academia preocupación sobre impacto de tecnologías como ChatGPT en el desarrollo cognitivo de los estudiantes, ya que resulta casi imposible darse cuenta si ciertos tipos de tareas las realizó el aprendiz o el robot, cuestión que es aprovechada por muchos jóvenes que prefieren tomar el camino fácil para obtener una buena nota.
La realidad es que no comparto esta preocupación, pues desde mi punto de vista este escenario es una oportunidad para innovar los procesos educativos universitarios diseñando tareas que sean más relevantes y significativas para los estudiantes. Pero este semestre descubrí, que la Generación Z no solamente utiliza la IA generativa para hacer sus tareas, sino como un aliado emocional o incluso terapeuta.
En conversaciones con las estudiantes, con algunas psicólogas e incluso con mi familia he escuchado historias sobre jóvenes que acuden a la inteligencia artificial no solo para hacer tareas, sino para buscar consejo emocional, ordenar pensamientos, ensayar conversaciones o simplemente recibir una palabra amable. Al principio cuesta creerlo, sobre todo para quienes fuimos educadas bajo la lógica de que las emociones solamente se comparten con personas “de confianza”. Pero cuando se escucha con atención, la pregunta no es ¿por qué confían sus emociones a una máquina que puede utilizar estos datos para manipularte?, sino ¿por qué sienten que no pueden confiar en quienes les rodean para recibir orientación o acompañamiento a sus estados emocionales?
Esta época es extraña para los que crecimos sin computadoras e internet, ya que de unos años para acá la conexión digital prevalece 24/7 pero al mismo tiempo, muchas personas, sobre todo las más jóvenes, se sienten solas.
A la Generación Z a menudo se les responsabiliza de aislarse, de preferir pantallas a vínculos cara a cara, de no saber gestionar sus emociones en conversaciones cotidianas o en redes sociales. Pero, ¿qué opciones tienen cuando la escucha empática por parte de adultos con experiencia escasea? En muchas familias la prisa, el juicio moral o el miedo bloquean la conversación emocional. En las escuelas, las tutorías suelen ser formales, escasas o centradas en lo académico. En el sistema de salud mental en México, conseguir atención oportuna y digna es un privilegio bastante costoso. ¿Dónde quedan, entonces, quienes no tienen con quién hablar, pero sienten una urgencia interior de ser comprendidos como sujetos que viven un contexto social globalizado, materialista, injusto y sumamente complejo?
En ese vacío, la IA aparece como una opción. No interrumpe. No minimiza. No regaña. No necesita horario ni turno. Explica con claridad. Y aunque no comprende en el sentido humano, puede simular una escucha activa, configurar una validación emocional y hasta proponer rutas de acción posibles. Para quienes enfrentan tristeza, ansiedad o simplemente confusión cotidiana, este tipo de respuesta puede ser un ancla momentánea. No porque sea perfecta, sino porque al menos “está presen te” y “es gratuita”.
Esto no significa que debamos celebrar que una tecnología sustituya lo que debería ser una red humana de contención. Tampoco implica que la IA pueda asumir responsabilidades afectivas que solamente puede simular bajo predicciones estadísticas y con sesgos cuestionables. Pero sí nos obliga a revisar con honestidad las fallas estructurales del acompañamiento al desarrollo socioemocional para las nuevas generaciones en nuestras comunidades. Las juventudes no están renunciando a los vínculos humanos por capricho, sino porque muchas veces no están disponibles, o porque cuando lo están no escuchan, no entienden, no contienen.
En este escenario, culpar a los jóvenes por confiar en una máquina es tan absurdo como culpar a alguien por buscar refugio en medio de una tormenta. Lo que necesitamos no es escandalizarnos sobre el rol de la IA en la vida de las juventudes, sino preguntarnos cómo reparamos lo que como sociedad hemos descuidado. ¿Qué tan accesibles son los espacios de escucha real?, ¿qué tanto respetamos el dolor ajeno cuando no cabe en nuestros esquemas cognitivos desarrollados en otros tiempos? ¿cuántas veces decimos “habla conmigo” pero no abrimos el corazón a la diferencia generacional con compasión?
En próximas publicaciones profundizaré en algunos recursos para acompañar a la Generación Z en procesos de desarrollo socio emocional acordes a la realidad actual.
No ofreceré recetas mágicas, pero sí pistas valiosas para comprender mejor los contextos tecno afectivos en los que las juventudes están construyendo sus vínculos y emocionalidad. No se trata de rechazar la tecnología, sino de reconocer que lo humano se ve influido por ella. Hoy en día la educación requiere juzgar menos, imponer menos, castigar menos, prohibir menos. Los jóvenes requieren una presencia humana que oriente desde el corazón. Y tal vez, si escuchamos con más apertura, con menos prisa y más ternura, no necesitaremos que una máquina ocupe el lugar que nos corresponde como parte de una comunidad ya sea en la escuela, universidad, familia o barrio.
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