
Cómo la maternidad transforma la docencia
Autoría: Jazmín Jiménez Bedolla
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Entre mensajes de WhatsApp del grupo escolar, notificaciones de la plataforma de clases y una mochila que aún no se arma, comienza mi día. A veces no sé si estoy preparando el desayuno o repasando mentalmente la planeación didáctica. O tal vez ambas cosas a la vez. Porque soy madre y soy docente. Y aunque muchas veces me han dicho que debo separar ambos mundos, yo he descubierto que es precisamente en su encuentro donde nace algo poderoso.
Ser mamá me ha enseñado a escuchar con más profundidad, a identificar emociones detrás de una mirada, a tener paciencia incluso cuando la conexión de internet falla en mitad de una clase. Ser docente, por su parte, me ha dado herramientas para acompañar con creatividad el aprendizaje de mis hijas, para establecer rutinas, y también para comprender que educar no se trata solo de transmitir conocimiento, sino de construir relaciones significativas.
Hoy, la tecnología atraviesa cada uno de estos roles. Nos ayuda —cuando se usa con intención— a organizarnos, a conectar, a crear puentes entre el aula y el hogar. En este mundo híbrido, donde las pantallas son parte del paisaje cotidiano, he aprendido que la clave no está en evitar que ambos mundos se crucen, sino en descubrir cómo pueden nutrirse mutuamente.
Entre gestión emocional y herramientas digitales
Ser madre y docente es, muchas veces, un ejercicio constante de malabares emocionales. Pero también es una oportunidad privilegiada para desarrollar habilidades que no aparecen en los manuales: la empatía, la capacidad de contención, la escucha activa. Estas habilidades, que emergen de la crianza diaria, encuentran eco y sentido en el aula, donde cada estudiante es también un universo emocional que requiere atención y cuidado.
Del otro lado, ser docente me ha permitido acercarme con otra mirada a la educación de mis hijas. Al conocer plataformas, recursos y estrategias digitales, he podido acompañarlas con mayor conciencia, no solo en sus tareas escolares, sino también en el desarrollo de una relación más crítica y saludable con la tecnología. Es ahí donde ocurre la magia: cuando lo que aprendo en un rol alimenta al otro, y viceversa.
Los retos (tecnológicos, emocionales y logísticos) de esta doble vida
En lugar de separar mis mundos, hay momentos en los que la tecnología me ha permitido entrelazarlos. En esos cruces cotidianos hay aprendizajes profundos, porque la tecnología no solo media procesos, también puede generar conexiones significativas.
He utilizado herramientas digitales para crear espacios más cálidos y humanos en mis clases: videos personalizados, rúbricas que acompañan más que castigan, retroalimentaciones con audio que transmiten cercanía. Ese mismo enfoque lo llevo a casa, donde enseño a mis hijas que la tecnología no es solo consumo, sino también creación, reflexión y cuidado. Que detrás de cada pantalla puede haber una oportunidad de encuentro.
Ser madre me hace más sensible a cómo el estudiantado se vincula con la tecnología. Ser docente me permite acompañar ese vínculo desde una mirada crítica y amorosa. En ambos casos, intento que la tecnología esté al servicio de la vida, y no al revés. Que facilite, sin sustituir. Que conecte, sin saturar. Que libere tiempo para lo que realmente importa: mirar a los ojos, hacer preguntas, estar presentes.
Las madres que también enseñamos, o las docentes que también criamos, simplemente aprendimos a habitar dos mundos que, lejos de excluirse, se nutren con fuerza cuando se reconocen mutuamente.
He comprendido que no se trata de hacer malabares perfectos, ni de cumplir con una lista interminable de deberes. Se trata de vivir estos roles desde el corazón, con autenticidad, reconociendo que en ambos hay lugar para el error, la ternura, la pausa y también para la tecnología bien empleada, que puede convertirse en una extensión de nuestro cuidado.
Educar —en casa o en el aula— es sembrar presencia, atención y afecto. Es aprender a usar las herramientas disponibles (digitales, humanas, emocionales) para estar más cerca, no más ocupadas. Y en ese intento, muchas veces imperfecto, pero profundamente genuino, la maternidad y la docencia se entrelazan para recordarnos que en el centro de todo proceso educativo está el vínculo.
Hoy más que nunca, enseñar desde el corazón —y con un poco de Wi-Fi— es una manera poderosa de construir futuro.
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