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Millennials bailando
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La nostalgia de los millennials

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Pareciera que el capitalismo nos ha robado todo, incluso nuestra nostalgia.

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Les escribe una millennial de los noventa. Una generación marcada por los descubrimientos y los contrastes. Fuimos la generación de la transición: aprendimos a exponer con rotafolios y acetatos, pero también diseñamos nuestras primeras presentaciones en PowerPoint. Somos quienes aún sueñan con endeudarse para asistir al próximo reencuentro de su boyband favorita o para comprar la edición especial de aquella caricatura que marcó nuestra infancia.

Crecimos escuchando que, si estudiábamos, si trabajábamos duro, si seguíamos las reglas, alcanzaríamos una vida estable. La promesa o bien el famoso sueño americano, tener una casa propia, trabajo estable, vacaciones pagadas y un futuro prometedor para poder estabilizarse y formar una familia. Pero algo se rompió en el camino. Hoy, muchos millennials nos encontramos viviendo con la frustración de no poder acceder a lo que para generaciones anteriores era casi un derecho adquirido y no, no es porque nos falten las ganas, hemos pasado por una crisis económica, política y social que nos ha atado de manos.  

Esta frustración se mezcla con una nostalgia profunda, no solo por la infancia, sino por una era en la que todo parecía más sencillo. Idealizamos los noventa y los dos mil tempranos. Somos una generación camaleónica: nos hemos adaptado a todo o al menos eso intentamos. Vimos nacer internet y también cómo transformó la forma de relacionarnos, de trabajar, de consumir. Nos adaptamos rápido, sí, pero a costa de una inestabilidad crónica. Vivimos en lo que Zygmunt Bauman (1999), llamó la modernidad líquida, un tiempo en el que nada es duradero y todo es volátil: el empleo, las relaciones, la identidad. No tenemos pensiones aseguradas, la propiedad privada es un lujo inalcanzable para muchos, y el trabajo ha dejado de ser sinónimo de bienestar.

Nuestra generación no está conforme con el sistema, lo sabemos. Llevamos una crítica constante al modelo capitalista que nos prometió “progreso”, pero que ha nos ha desgastado por completo; ya que, somos conscientes de la explotación disfrazada de “pasión por lo que haces”, de la meritocracia como mito, del consumo como forma de identidad. Lo cuestionamos todo, pero a menudo desde el agotamiento emocional.  

Byung-Chul Han (2010), lo explica con crudeza: habitamos una sociedad del rendimiento, donde ya no hay un “otro” que nos oprima, sino que nosotros mismos nos convertimos en explotadores de nuestra propia productividad. La autoexplotación es más eficiente que la imposición externa, y esto lo hemos fortalecido a través de las redes sociales donde nos presentan que la idea de ser productivo es sinónimo de encontrar ese bienestar que esta generación definitivamente no tiene, solo genera sujetos agotados, deprimidos, ansiosos. El “tú puedes” se volvió mandato, y el fracaso, culpa individual y silenciosa.  

En ese contexto, nuestra nostalgia no es simple melancolía: es una señal de alarma. Es el síntoma de una generación muy joven que se siente cansada y que añora una época donde aún creía que todo era posible. Pero no podemos quedarnos ahí. Es urgente canalizar esa emoción en algo más que recordar con cariño los dibujos animados de los 90 o las consolas de videojuegos. Necesitamos transformar la frustración en acción colectiva, en pensamiento crítico, en exigencia de cambio. Porque si algo tenemos los millennials es resiliencia.

A pesar de todo, seguimos soñando, creando, cuidando, resistiendo. Quizás no tengamos lo que nos prometieron, pero seguimos luchando por una vida más justa y más humana, incluso si a veces lo hacemos mirando de reojo hacia atrás. La nostalgia, entonces, no es una rendición: es el punto de partida para imaginar que otros mundos son posibles.

Publicado originalmente en Ambas Manos.
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Material gráfico
Misael Chirino Durán
Fotografía
Ramón Tecólt González

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