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El mito de la impotencia individual 

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Bajo una lluvia de información, asumir una responsabilidad sin garantía de éxito, aplausos, ni validación suena insensato y riesgoso

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Vivimos en una era donde llueve información cada día. Hay temporadas en donde las tormentas nos hacen buscar un refugio en casa, evitando la exposición a aquellos truenos que provienen de noticias devastadoras. Cada día huimos de noticias ya sean falsas o reales. Omitimos el proceso de discernimiento entre noticias dado que, sin importar su naturaleza, tienen un poder tal para crear una nube sobre nuestras cabezas que nos persigue a todas partes y, que además, hace que lluevan emociones predominantemente negativas.  

La posverdad ya no la podemos entender solo por aquellas noticias que son falsas y que impactan por su carga emocional. Es sustantivo incluir dentro de este fenómeno a las noticias que deliberadamente sostienen un reflector hacia lo negativo y que, al hacerlo, refuerzan el status quo. El acento de este texto no está dirigido hacia un intento por eliminar la objetividad de los hechos presentados, sino hacia la sensación de impotencia irresuelta que las noticias generan.  

La evasión consecuente no es únicamente reflejo del cansancio, es una forma de protegernos de una verdad con la que no sabemos qué hacer. En ocasiones, el sentimiento de disparidad entre nuestro ser pequeño frente a problemas gigantes nos sobrepasa; y cuando todas nos creemos demasiado pequeñas, nuestra realidad permanece intacta. La cuestión que identifico es que, en su defecto, la estructura de nuestro orden está diseñada para obstaculizar la toma de conciencia de modo que, cuando se alcanza una comprensión, predomina la parálisis, la cual tiene potencial de transformarse en indiferencia.  

El mito de la impotencia individual  
Esta percepción no solo es comprensible, sino también peligrosa, porque alimenta aquella inercia que nos mantiene como las pequeñas de la historia; creando una fuerza de inacción colectiva cuan armoniosa como un ballet silencioso: muchas bailan pero ninguno realmente se mueve. Sus cuerpos siguen la coreografía mecánicamente, dejando de entender sus pasos. Así pues, actuamos muchas veces conectadas e informadas pero sin tocar ni transformar absolutamente nada. Este círculo vicioso es el que nuestro orden ha hecho plausible y el cual ha articulado el mito de la impotencia individual.   

La era de la información está aquí para permanecer, de ello no cabe duda. Nosotras la habitamos, lectoras dispersas que aún leemos con hambre de verdad. Esta exposición guarda custodia de nuestra neutralidad porque la desconexión no nos exime de la responsabilidad. No busco plantear a la responsabilidad como una carga o algo que evitar, sino como una oportunidad profundamente humana de elegir con sentido, de no vivir por inercia.  

La responsabilidad, por ende, es un privilegio. Implica no solo una elección, sino un buen manejo de una de las grandes pesadumbres de esta era: la ansiedad. No cerrarnos al mundo es una decisión seguida del acto de valentía por conocer. Actuar con sentido y presencia no significa descomplejizar nuestra realidad y creer que el mundo al arribo del amanecer será diferente. Actuar con sentido y presencia es la siembra nocturna de una semilla con una promesa de amanecer para una persona a quien hemos mirado a los ojos, o a quien su rostro nos es desconocido.  

La responsabilidad es un privilegio
Lo sé: esta forma de entender la responsabilidad puede sonar irracional, o como muchos susurran, idealista. Lo sé porque existe un arraigo que nuestra cultura tiene al reconocimiento y al fracaso. Vivimos bajo una lógica del rendimiento donde lo que no se mide, no vale, y lo que no produce resultados tangibles, no cuenta. Esta teoría del valor moderno hace de una acción que no prometa un éxito inmediato, una pérdida. Bajo estos lentes, asumir una responsabilidad sin garantía de éxito, aplausos, ni validación suena insensato y riesgoso. Pero el riesgo que identifico está en la lectura simplista de nuestro actuar. Si bien no podemos hacerlo todo bajo grandes reflectores, por otro lado podemos no hacer nada; y esa diferencia tiene un valor real y no uno imaginario. Este es un riesgo que no nos venden, porque un gesto pequeño puede ser subversivo dentro de una cultura hiperindividualista como la nuestra.  

El mito de la impotencia individual es financiado por aquellos que temen que una noticia nos haga actuar. El poder de esta narrativa parece ser inabarcable, pero no lo es. Su dinero puede ser cuan infinito como nosotras lo deseemos, y su alcance depende en gran medida del consenso entre nosotras. Aceptar la parálisis como destino está inscrito en muchas de las noticias que leemos. No basta con identificarlas, hay que aprender a no normalizarlas. Es cierto que no podemos controlar el pronóstico del clima, porque involucra leyes naturales; pero este otro pronóstico del que hablo, sí puede ser controlado.  

Publicado originalmente en Ángulo 7.
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Material gráfico
Misael Chirino Durán
Fotografía
Ramón Tecólt González

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